Todo aquel que conoce a nuestro Nicolás alucina por la personalidad arrolladora que tiene.
Dicen que los niños que pasa por experiencias como la suya son más maduros y más agradecidos.
Por un lado es cierto, ya que Nicolás es cariñosísimo con todo el mundo y extremadamente social incluso con personas que no conoce de nada.
En nuestra estancia de medio año en el hospital tuvimos oportunidad de conocer a más niños como él, pero son muy diferentes aquellos que viven situaciones límite cuando apenas son unos bebés como él, de los que les toca vivirlas cuando ya son conscientes de todo, en su niñez o en su adolescencia.
Normalmente los bebés no quedan traumatizados y como son asombrosamente fuertes se restablecen muy rápido y lo acaban viviendo todo como si fuera un juego. Y es cierto que se convierten en unos niños más extrovertidos. A lo largo de su vida han pasado multitud de personas, que les han explorado, les han pinchado, les han medicado, les han mirado o simplemente les han asustado. Pero también han pasado personas que les han sacado una sonrisa poniéndoles carotas, o prestándoles el fonendo, o bailándoles unas sevillanas en medio de la habitación mientras se la limpiaban, así que están acostumbrados a todo y a todos.
Pero es que además Nicolás ha heredado todo un carácter. Es un niño gracioso y vital, eso sí: bastante autoritario, y si no que se lo digan a sus amiguitos de la guardería, y cuando no baila, se sube a una silla y canta o le lleva la contraria a Judith o a quien se le ponga por delante.
Pero es que Nicolás es único. Lo lleva en la sangre.
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