Y no, no fue en mi pueblo. Se trata de un hotel en un campo de golf bien cerquita de Barcelona. Y sí, es un poco elitista, pero total cenar teníamos que cenar, y por aquellas casualidades de la vida pasábamos por allí justo la noche en que la organización de la MotoGP había montado una fiesta para sus invitados.
El caso es que como la fiesta era en la piscina, nosotros pudimos disfrutar de una cena casi privada en los jardines de atrás, de cara a la puesta de sol y con los camareros volcados en nosotros.
Durante la cena, una señora de Saint Moritz se mostró muy interesada en Nicolás, que no paró de hacerle monerías porque, como imagino que ya sabréis si nos leéis, Nicolás es un figurilla de cuidado.
También tuvimos la visita inesperada de un gatito de color naranja que desde que Nicolás le tiró un poco de queso no paró de merodear entre sus pies.
Pero lo mejor de todo fue cuando ya anocheció y encendieron las luces del jardín y también unas velas muy grandes que había en unos pebeteros estratégicamente colocados por toda la campa de atrás, y los tres dejamos las cosas en la mesa y nos pusimos a corretear por la hierba con la luna sobre nuestras cabezas, y a coger los dientes de león que aparecían aquí y allá de entre los trigos recién segados, y a soplarlos pidiendo siempre los mismos deseos.
Creo que entre tanto glamour, todo el mundo agradeció la visita de Nicolás y su frescura.
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