Sí, sí, sí, Nicolás ya ha estrenado el mar esta temporada.
Fue hace dos domingos con su prima Valeria y disfrutamos muchísimo de un día playero por todo lo alto.
Tanto, que hasta del atasco que se lió para aparcar disfrutamos.
Y es que parecía que todos habíamos decidido ir a ESA playa y a ESA hora.
Cuando llegamos, los tíos ya habían colocado la sombrilla y espacio suficiente para nuestras toallas, y en seguida que los primitos se saludaron (primero tímidamente, después apechugándose bien), les pusimos las cremas, los gorros, se comieron un poco de jamoncito y sus palitos de pan (estos no perdonan cuando de comida se trata ;-) y a la arena que se fueron con sus cubos, palas, rastrillos y manguitos.
En diez minutos estaban haciendo la croqueta por la orilla hasta el agua y tirándose arena uno al otro (y de paso a una señora que había ido a instalarse cerca, la muy incauta).
Perseguían las olas, se enterraban el uno al otro y hacían castillos de arena que duraban una patada.
En una horita escasa estaban que les salía arena hasta por las orejas, y los papás tuvimos que meterles en el mar.
Luego comimos en uno de los chiringuitos y poco a poco intentamos meterles en vereda, después de gatear y perseguirse bajo las mesas de la terraza mientras tomábamos el café.
Ese día Nicolás durmió todo el camino de vuelta, y al llegar a casa, no rechistó cuando le cogimos y le volvimos a meter en la cama. Creo que hizo como dos horas de siesta.
Menudo día de playa...estos primos no tienen fin!
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