Los viernes por la tarde es el único día que puedo ir a recoger a Nicolás a la guarde. Aunque parezca extraño siempre voy con un pelín de miedo en el cuerpo, de si me lo encontraré bien, de que no tenga ningún golpe o de que no se haya caído en el patio, o de que no me lo hayan marcado en ninguna pelea (aunque eso es más difícil porque raro es el día que no se mete en ninguna "trifulca"o hace rabiar a su amiga Júlia, que claro, también responde).
Así que aparco a las 3 y pico y apresurada subo hasta la guarde con el corazón en la boca, y sin haber comido.
Luego, cuando ya le veo allí, recién despertado de su siesta, llevando la sabanita con el resto, y jugando como si nada, entonces ya me relajo y me quedo un ratito con Judith, su profe, a charlar de cómo ha ido la semana y de si se porta bien o si se lo come todo, y de qué tal ha ido el cumple que sea que haya tocado ese día, pues todos los celebran en viernes.
Este viernes cuando llegué les iban a poner un cuento en diapositivas, así que me quedé con todos en la clase dels Dracs, que era donde tenían el proyector.
La verdad es que vi el cuento de refilón porque no le quitaba ojo. Qué satisfacción verle con los demás, atento al cuento, y respondiendo y preguntando cuando las profes les explicaban cosas.
A los ojos de cualquier persona mi Nicolás es un niño como cualquier otro, aunque eso sí: muy espabilado y el más dulce, pero siempre será diferente, porque ha pasado cosas muy duras de muy pequeño y su mirada y su manera de ser reflejan ese toque de madurez y gratitud que le hacen tan especial y tan único.
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