Qué alegría nos dimos en casa cuando leímos que el pequeño capitán Leo ya navega por aguas calmadas y menos profundas!!!
El viernes le dieron el alta y ya se instaló cómodamente en su casita!!
Lo mejor que ahora va a tener una casa para él solo y para su hermana Aloma y por fin podrán jugar juntos los dos hermanos en ese jardín con hierba tan bonito.
El tiempo que uno pasa en el Submarino se hace largo, inacabable, pero de repente un día te abren la puerta, se quitan las mascarillas y te abrazan, y te dicen venga, ya eres libre, coge a tu niño y corre!
Y corres y corres por los pasillos, abrazando a tu hijo contra ti, para protegerlo del nuevo mundo que ahora le rodeará, lejos ya de aquellas paredes en cierta manera protectoras.
Recuerdo como si fuera ayer ese día, un frío 15 de enero de 2009, era viernes y durante toda la semana habíamos oido rumores entre el personal sanitario que posiblemente sería ese viernes el día del alta hospitalaria y no otro, pero llevábamos tantas semanas con "falsos positivos" que después se complicaban con fiebres, analíticas, etc etc que preferíamos no hacernos ilusiones.
Pero sí, sobre las 16.00 entró el equipo médico, con la Doctora Sanadora a la cabeza, y se quitaron las máscaras y nosotros, papá y yo, nos miramos porque no sabíamos qué hacer, y torpemente nos las quitamos también, inseguros, y la doctora vino y cogió a Nicolás y le dio un beso, y después nosotros (era el primer beso que le dábamos sin mascarilla en 6 meses...), y los otros doctores, y las enfermeras y Sierra, la señora que limpiaba.
En seguida habíamos recogido, y con el informe de alta cogido como un estandarte del imperio romano, salimos al pasillo, apresurados, y llenos de miedo. Para salir, habíamos cubierto a Nicolás con una mascarilla que apenas le dejaba ver, y con una batita de papel le cubríamos por encima de su ropita, de su bufanda, de su abrigo y de su gorrito de lana, y yo recuerdo sus ojos, sus ojos abiertos de par en par, mirándolo todo, como absorbiendo en imágenes todo lo que se había perdido hasta ese momento, y luego en el coche, cómo se asomaba por la ventanilla y nos señalaba los coches, el sol, los árboles, y su manita me acariciaba mi cara, como si él tampoco se lo acabara de creer...
Nuestro Nicolás...
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