Hacer balance es difícil, la memoria es débil y sabia, y se ocupa de pasar página rápido en los capítulos desagradables que a uno le toca vivir.
En nuestro caso es verdad que el capítulo malo duró mucho y fue muy malo, con lo que lo de pasar página es como cuando de niños lo hacíamos en esos cuadernos malos, que como hubieras apretado mucho el trazo escribiendo tenías el resto de hojas marcadas.
Pues eso, ya inmersos en un día a día corriente y retomando nuestras plácidas vidas cotidianas, sólo rotas esporádicamente con las revisiones y los resultados y las dudas y los miedos y los constipados y las toses y los moquitos y el si-tocará-o-no-tocará-este-mes-poner-gammaglobulinas-o-aguantaremos-un-mes-más..., pues a veces tenemos esos flashes de escenas ocurridas dos años atrás y que de repente te lo trastocan todo.
El otro día me pasó cuando dejé pasar a una ambulancia en la autopista que llevaba la sirena puesta. Pensé en la persona que iba dentro. Pensé que igual era un bebé.
Como Nicolás. Cuando se nos lo llevaron de la Mútua a Sant Joan de Déu, en una UCI móvil. Con una doctora y dos enfermeros, él solito, porque no podíamos ir con él por protocolo, y tuvimos que firmar una autorización por si le tenían que practicar alguna maniobra de reanimación, al estar tan ahogadito el pobre. Y luego, dos semanas y muchas angustias más tarde, volvimos a coger otra ambulancia, destino: Sant Pau. Todo pasitos en una meta que entonces veíamos incierta.
Así que ahora si veo una ambulancia siempre pienso que en ella va otro Nicolás luchador y otra mamá obstinada, y en coche otro papá "orquesta" siguiéndoles los pasos.
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