Este fin de semana nos acercamos al mar a despedir el invierno, aunque con el aire que soplaba del mestral fue más una despedida de las de "te veo luego", la verdad.
Pero seamos sinceros, hizo muy buen tiempo. Pudimos pasear paseo arriba, paseo abajo, cruzándonos con gente bulliciosa que como nosotros acudía a ese lugar buscando el sol de primavera. Nicolás estuvo en su salsa y eso que arrastraba la molesta congestión (tos incluida) de la fiebre de hacía una semana.
El sábado estuvimos también en la Fira del Corredor, con Jaume Leiva. Y al día siguiente, después del desayuno, Nicolás y yo salimos a situarnos en primera fila del paseo marítimo junto a la riera para ver a papá correr y a otros dos mil valientes.
Luego hicimos tiempo jugando con el coche de un niñito que se llamaba Iker, hasta que Nicolás se cansó y gritó "quero bajar" para coger en su lugar una bicicleta con ruedines de otro niño despistado e intentar pedalearla, mientras volvían a pasar los corredores.
Al final acabamos los dos gritando, aplaudiendo, coreando los nombres de los dorsales de esos hombres y mujeres que con nosotros dejaban de ser anónimos, y la gente lo agradecía dándonos la mano y Nicolás encantado de la vida. Y sobre todo cuando un rato después llegaba su papá y se lo ponía sobre sus hombros.
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