Es gracioso que desde que nació Nicolás la noche de los Oscar me recuerda a él, a nosotros dos.
Nicolás nació la noche de la Tamborrada de 2009 y desde entonces y hasta nuestro cambio de vida, con el ingreso precipitado en la Mútua y a partir de ahí lo que ya sabéis, todo fueron noches dulces.
Mientras estuve de baja de maternidad, nuestra vida era muy sencilla. Mis horarios eran los mismos que los de él. Dormíamos de día, horas sueltas, y luego nos activábamos de noche, él se despertaba, me llamaba a su manera y entonces los dos nos veníamos al sofá a la hora que fuera. Rodeados del silencio de la noche, cuando todos los vecinos y toda la ciudad duermen, incluso dormía papá, como un auténtico ceporro, y así nos quedábamos los dos mano a mano cada noche.
Empezamos viendo el baloncesto, la NBA de Carni, en aquel tiempo me sabía los diferentes nombres de las franquicias y su correspondencia con las ciudades, incluso me había aprendido los dos o tres jugadores mejores de cada equipo, y disfrutaba viendo los partidos mientras Nicolás comía, dormía o simplemente me miraba. Y el All Stars, y los mates de Rudy o el juego de Gasol.
Y luego vino la noche de los Oscars, tal noche como hoy hará ya tres años. Fue la noche de Slumdog Millionaire, de Kate Winslet y del reconocimiento póstumo a Heath Ledger.
También recuerdo la especie de baile estilo bollywood que hicieron al final aprovechando el premio a mejor B.S.O. de la super-premiada Slumdog.
Y a esto, Nicolás dormía en mis brazos, satisfecho, y con su sonrisita de pillo. Una noche de Oscar, secreta y especial, en una casa y una ciudad cualquieras.
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