¿Os he dicho que me encanta jugar a médicos? Sí. Ya en mi cámara estéril de Sant Pau apuntaba maneras. ¿Qué otra cosa hacer si no? Además, hasta los 6 meses nada: alguna que otra revisión rutinaria, vacunas y ya, pero es que de repente me ingresaron, y primero un hospital, luego solito en otro hasta llegar a Sant Pau, y siempre médicos arriba, médicos abajo. Pon vía (vía es cuando te pinchan muchas veces hasta encontrarte una vena gordita que sirva para todo, para sacarte sangre pero también para meterte medicinas). Saca vía. Placas de pulmón, que me dejaban solito en la habitación y hasta mamá me tenía que dejar y asomarse por la ventanita. Jarabes. Dulces. Amargos. Pegajosos. Densos. Venga palparme aquí y allí. Y auscultarme (eso sí que mola). Y no uno, no, todos los doctores del mundo allí conmigo, rodeándome en la habitación, con sus máscaras y sus batas, y sus manos frías recién lavadas. Que si toma tensión. Que si toma la temperatura. Que si a poner sonda. Catéter, que es como una vía pero más larga y que llega hasta el corazón o hasta una vena gordita que tenemos en la pierna, y que ésta te dura puesta mucho, muchísimo, casi todo el tiempo, salvo si como a mí se alarga demasiado (el tiempo) y la tienen que cambiar (el catéter). A mí me pusieron dos de ésos. Uno en la pierna en San Juan de Dios mientras estuve dormido y por eso no me acuerdo y luego me quedó una pierna más gordita que otra, hay que fastidiarse, pero ya las tengo iguales. Y otro en Sant Pau que alcanzaba al corazón y que te tenían que curar una vez a la semana para que no se te infectara. Ahora tengo unas marcas en el hombro y mamá me dice que cuando sea mayor me encantará enseñarlas, porque serán como heridas de guerra.
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