Fue el sábado pasado y lo celebramos la pequeña familia que somos: yayos, tíos, papis, la prima Vava y por supuesto Nicolás.
Salimos a comer fuera y nos encontramos como quien no quiere la cosa con otro Nicolás, con el que reparte juguetes y alegrías durante la primera parte de la Navidad.
Y en seguida se interesó por nuestro peque. "Hola Nicolás", le dijo, "hoy te pareces un poco a Rudolf"(el otro día, que derrapó en el patio del cole y se dio con la nariz en el suelo, y así la llevaba de rascada y arañada el pobre).
Nicolás no se amedrentó en absoluto. Le observó detenidamente y, una vez estuvo seguro que era él de verdad, no perdió la oportunidad y le pidió que no se olvidara de su maletín de médico, "como el de la doctora Badell" añadió, ante lo cual el buen hombre no tuvo más remedio que decir que sí. "Pero escríbemelo todo en la carta que si no luego me olvido".
Luego la comida fue una conjunción cósmica de dos locuelos de tres años, alborotados y llenos de energía, dando vueltas y más vueltas a la mesa después de comerse sendos platos de espaguetis.
Sólo el móvil aplacó un poco a las bestias en los cafés, sentados en la misma silla, y viendo Peppa Pig.
Poco después les estábamos persiguiendo por la planta de juguetes de unos grandes almacenes, mientras el yayo se echaba la mano a la cabeza diciendo "qué escandalera, madre" y la yaya se reía, más contenta que unas pascuas.
Y así fue como celebramos este año el cumple de la yaya.
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